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Muchos somos a los que nos gusta el cine y las series. A muchos de nosotros historias de la vida cotidiana. Aunque sepamos que son historias inventadas o basadas en hechos reales, lo que nos hace permanecer sentados hasta el final de la proyección es ver cómo los personajes intentan salir airosos de esas situaciones (aunque no siempre lo consigan).

Hay películas sobre discapacidad que emocionan y marcan un antes y después en nuestras vidas. A mí me marcó Rain Man cuando la vi por primera vez con ocho años. El personaje de Dustin Hoffman con unas capacidades asombrosas que me hacía sentir ternura y  admiración a partes iguales, frente al personaje de Tom Cruise, un hermano arrogante, obsesionado con el dinero y todo lo que tenga que ver con el poder y el éxito. Yo no entendía como el “deficiente” (así nombraban a los raros o a los que no eran normales cuando era yo pequeña) era el personaje de Hoffman cuando el de su hermano era el que realmente sacaba lo peor de mí.

Al final, el hombre de la lluvia hace de su hermano una mejor persona. Algo parecido conseguía el personaje de un jovencísimo Leonardo DiCaprio en ¿A quién ama Gilbert Grape? en las personas de su entorno. Otra película, adaptación de la autobiografía de Christy Brown es la de Mi pie izquierdo donde, a través de la mirada de un artista que nace con parálisis cerebral nos vuelve a cuestionar sobre las diferentes capacidades, sobre todo la de desear al otro o la de amar.

Cada vez hay más proyecciones sobre los problemas que aparecen a la hora de relacionarse, tener una pareja, emanciparse y crear una familia, donde se pone el acento en las dificultades de las personas con diversidad funcional y no del desconocimiento y/o las barreas del resto de la sociedad.

La serie anglosajona Derek, la americana Atypical, los Campeones de Javier Fesser o padres como en Soy Sam o El milagro de la celda 7 vuelven a abrir un debate sobre las relaciones afectivas y emocionales en las personas con diversidad funcional.

Pero poco se habla de la cómo se establecen estas relaciones y de la sexualidad de estas personas y, específicamente, en las personas dentro del espectro autista.

Hace poco un amigo actor y director me dijo que tenía que ver El amor en el espectro. No sabía muy bien decirme si era un reality, un documental, una serie… pero que estaba tardando en verla y que por favor, le sugiriera asociaciones o grupos donde él pudiera conocer y colaborar con personas con TEA. Ante tanto interés y perseverancia me puse a verla. Tengo que reconocer que el formato me llamó mucho la atención. Una especie de First Dates donde personas dentro del espectro tienen citas con otros jóvenes. Es para verla más de una vez.

Por un lado llama la atención como la sociedad australiana está más abierta a favorecer programas sociales donde personas con autismo tengan espacios donde relacionarse y fomentar su independencia al alcanzar la edad adulta con o sin pareja. Pero por otro lado sorprende que muchos de los jóvenes no han tenido un diagnóstico (sobre todo las chicas) hasta que no han alcanzado la adolescencia, lo que no les ha permitido tener los apoyos necesarios para poder desenvolverse en sociedad. Según se ve hay un acompañamiento a las personas con TEA y a sus familias en esta etapa de la vida donde muchos de ellos quieren encontrar un compañero de vida, algo que a las familias también alegra y tranquiliza.

Hay momentos en donde una se cuestiona lo difícil que lo hacemos las personas neurotípicas cuando conocemos a alguien, dando rodeos para explicar lo que realmente sentimos, en alargar citas que sabemos que no van a ningún lado o, todo lo contrario, confirmamos que el amor de nuestra vida lo tenemos delante de nosotros antes de acabar el primer plato de la velada.

A lo largo de la primera temporada de El amor en el espectro  vemos cómo cada uno es único en gustos, intereses, en la manera de abordar una primera cita, pero donde hay premisas marcadas y entrenadas previamente por terapeutas. Es importante hacer una presentación de uno mismo, preguntar a la otra persona cómo está, ofrecerle un lugar en la mesa, elogiar aquello que vemos en una primera toma de contacto, tener sentido del humor… pero sobretodo, y lo más importante, encontrar puntos en común. Tener muy claro qué es lo que se quiere encontrar en la otra persona y, si no es la persona con la que se quiera tener una relación, saber expresarlo adecuadamente y seguir abierto a conocer a una nueva posible pareja. Otros ya tienen pareja y sus inquietudes son las de irse a vivir juntos, sorprender al otro con un “¿quieres casarte conmigo?” y crear una familia.

Independientemente de cuáles sean las preferencias de cada uno, sus objetivos o anhelos de pareja y de la situación en la que nos encontremos, la conclusión más importante que podemos sacar al ver esta serie documental es que la capacidad de amar, de querer y querer sentirnos queridos está dentro y fuera del espectro y de la diversidad funcional.


Sofía Cano Barrio

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